domingo, 25 de noviembre de 2012

Agua

Los días nublados, se nublaba ella también.
Y antes de lloverse en casa, prefería correr calle arriba,
tocar mi puerta,
y preguntar por un poco de sol.

Era etérea como el humo de mis cigarros;
pero mucho más guapa.
Y sus faldas al vuelo los días de viento
cazaban co-razones
que nunca devolvía
hasta que necesitaba un abrazo
o una tormenta baja las sábanas.

Intentar fijar la mirada en sus ojos
era como detener una estrella fugaz el tiempo suficiente
para pedir un deseo.
Aún así, yo prefería sus ojos diluviando
a un firmamento en llamas.

Aquella tarde llovió tanto entre mis brazos
que pensé que se volvería agua
y no la volvería a tocar.
Y entre sus tempestades vomitaba preguntas
que yo no podía responder con nada
que no fuera un beso en la nuca,
u otra taza de café con Baileys.

Sólo quería a alguien que lloviese con ella los días nublados,
que le jurase huracanes bajo las sábanas,
que se quedase ciego con ella por mirar al sol.

La luz que busca se esconde en el tic-tac de sus arterias
pero ella no lo sabe.

No sé si lo ha encontrado, o si lo encontrará;
pero aquella noche se durmió
con el arco iris muriendo entre sus párpados.